Desde tiempos inmemoriales conocemos el dicho: “hecha la ley, hecha la trampa”, o para los más leguleyos: “inventa lege, inventa fraude”, por su raíz en latín.
Orbita en nuestro diario vivir y con seguridad transita por cada una de las etapas de nuestro desarrollo. Y es que el ser humano, cuando vive en sociedad, adopta una naturaleza muy especial, a la que Hobbes en su momento definió como egoísta, bajo su icónica frase: “el hombre es un lobo para el hombre”, dando por sentado al egoísmo como una conducta básica del comportamiento humano.
No resulta extraño entonces enterarnos que poco más de 37.000 personas en Chile obtuvieron la primera dosis de la vacuna contra el coronavirus antes que otros grupos definidos como prioritarios por el Gobierno. Sinceremos posiciones, es una situación que irrita pero que de alguna u otra forma esperábamos que ocurriera si miramos la realidad de nuestros países vecinos y tomando en cuenta la tan despreciable cultura winner del chileno.
Mientras tanto, entre quienes realmente son prioridad, pero no forman parte de estos grupos, suscita la controversia por los cambios en el calendario de inmunización, empañando un proceso en que hasta hace días todos coincidíamos animosamente por su buen diseño, desarrollo e implementación.
Indigna entonces la trampa, esa contravención disimulada o afán de eludir con miras al beneficio propio, común en una cultura como la nuestra, donde se es particularmente permisivo con quienes alcanzan el éxito sin mediar consecuencias. Una cultura en donde se castiga, por ejemplo, con clases de ética la elusión coordinada para defraudar al Fisco, impartida en alguna universidad de la cota mil y bajo modalidades especiales.
Nos descompone aún más cuando lo que se debilita es un plan nacional de vacunación con enfoque integral, donde el Estado es el protagonista como garante de derechos y principios de igualdad, asegurando el acceso universal a un recurso necesario para la comunidad en su conjunto.
Debemos guardar especial cuidado entonces en los procesos que viviremos más adelante como país. Esa es la lección para aprender, puesto que la conversación sobre una nueva Constitución no puede quedar a merced de las trampas de aquellos grupos privilegiados que buscan beneficiarse a costa de otros, ni tampoco puede quedar en manos de una clase política oportunista y mal intencionada.
Otro país cantaría si logramos derribar este aspecto cultural que nos envuelve como sociedad, un desafío que tiene que ver más con el fondo que con las formas. Porque está bien bromear con la trampa en los juegos de cartas familiares de fin de semana, pero no lo está cuando son las políticas públicas del Estado, pensadas para el beneficio de lo colectivo y no lo individual, las que se ven afectadas por el egoísmo de unos pocos.
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