La falla del Sistema de Alerta de Emergencia (SAE) provocó la preocupación y rápida evacuación en zonas costeras del país, pero que nada tenían que ver con el temblor. Más allá de la cobertura mediática y atención inusual para un evento de estas características, quedó develada frente a todo Chile la fragilidad de una herramienta que está destinada a enviar información a teléfonos en caso de riesgo de tsunamis, sismos de mayor intensidad, entre otras emergencias.
Pero pareciera ser que la fragilidad del SAE, para las autoridades que nos gobiernan, solo estaría radicada en la responsabilidad de un tercero distinto del Estado. El ministro del Interior no apareció sino hasta el día siguiente y la vocería de la ONEMI fue, a lo menos, débil y nada tranquilizadora.
En una emergencia la circulación efectiva, oportuna y transparente de información ayuda a generar confianza y credibilidad. Bien lo entendemos después del 27-F, donde quedó de manifiesto que este tipo de errores pueden alcanzar a la responsabilidad política de las autoridades a cargo.
Quizás por esto el diseño comunicacional del Gobierno de turno (si es que hay algún diseño) apresura la vocería de los mandos medios, como si fueran una especie de fusible o cortafuegos necesario para evitar esos clásicos errores no forzados a los que ya nos tienen acostumbrados.
El ministro Rodrigo Delgado exigió una “respuesta inmediata” a Global System, la empresa que externaliza el servicio. Pero su vocería no tuvo nada de respuestas, ni mucho menos inmediatez. En tanto, el director nacional de la Onemi, Ricardo Toro, trató de bajar el perfil al asunto señalando que “fue un problema puntual”. Por lo visto, ambos estaban de acuerdo en algo: el responsable no es el Estado, sino la empresa que se contrató para ello.
El problema es que en situaciones de emergencia lo que está en juego va más allá de la tenue credibilidad de un grupo de autoridades o de un gabinete que ya está en el suelo. En emergencia lo relevante es mostrar un Estado eficiente y efectivo, con capacidad de comunicar y, por sobre todo, con capacidad de convocar a una respuesta rápida frente a la intranquilidad de los principales afectados; las personas. En este sentido, los temas son más relevantes que la imagen y la estrategia más importante que las meras tácticas.
Al menos estamos de acuerdo en que el problema no es de la gente, que hizo lo correcto; evacuar. El problema es de la autoridad, que por sus acciones u omisiones termina vistiendo con un manto de dudas y desconfianza una herramienta tremendamente útil y necesaria en tiempos de emergencia. Los sistemas en tiempos tan digitales como los actuales no operan en solitario, dependen de personas y soportes que estén en condiciones de responder adecuadamente.
No se trata de responsabilizar al Estado sino de poner las cosas en su lugar. Si al ministro del Interior le preocupa tanto la credibilidad, a lo menos debiese comprender la dimensión y alcance de un cargo cuya principal función es la de velar por la seguridad ciudadana y la gestión de emergencias. Ahí está el desafío.
A todo esto, ¿dónde está el ministro de Defensa? La vocería sobre la evacuación en la Antártica (la única que sí correspondía) estuvo radicada también en mandos militares medios y ni siquiera las redes sociales oficiales del Ministerio reaccionaron con sentido de oportunidad. Estaría bueno que a lo menos entendieran que “No solo de retuits vive el hombre”.
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